Capitulo 3

Capítulo 3: Llegada del Noble

En las tierras fértiles y onduladas de Aragón, la vida en la villa fluía con la energía de la esperanza y el potencial por descubrir.

Sin embargo, la tranquilidad de la joven comunidad se vio repentinamente amenazada cuando llegaron noticias de que el Rey Pedro II de Aragón, señor de esas tierras, iba a visitar la villa para conceder el control de la misma a un noble vasallo suyo, un hombre de honor y lealtad probados. La expectación y el nerviosismo se extendieron entre los habitantes, quienes aguardaban ansiosos la llegada del monarca.

Pero los días pasaban y el rey no aparecía. Mientras tanto, un grupo de soldados almogávares, mercenarios al servicio del rey, empezaron a causar estragos en la villa. Su alboroto comenzó con pequeños robos en el mercado, pero pronto su osadía alcanzó límites insospechados. Optaron por secuestrar a la hija del cazador del pueblo, una joven de belleza natural y espíritu indomable.

La noticia del secuestro se extendió como un reguero de pólvora por la villa. El padre de la joven, un hombre curtido por la vida en los bosques, clamaba venganza, mientras que el resto de los habitantes se llenaban de ira y desesperación. Los almogávares parecían estar desafiando la autoridad del noble que esperaba la concesión del rey, sembrando el caos y el miedo entre los pacíficos pobladores.

Los guardias de la villa, liderados por el noble caballero, se preparaban para enfrentarse a los mercenarios en un conflicto que amenazaba con desgarrar la recién formada comunidad. 

Justo cuando la confrontación parecía inevitable, un clamor surgió desde las afueras de la villa. El sonido de una multitud anunciaban la llegada tan esperada del Rey Pedro II de Aragón. Con gesto serio y majestuoso, el monarca se abrió paso a través de la muchedumbre hasta llegar al centro de la plaza.

Con palabras de autoridad y sabiduría, el rey calmó los ánimos exaltados y restableció el orden en la villa. Con una mirada severa, reprendió a los almogávares por sus acciones imprudentes y les recordó su deber de proteger y servir al pueblo, no de sembrar el caos entre ellos.

Finalmente, llegó el momento tan esperado. El Rey Pedro II de Aragón, en un acto de justicia y reconocimiento, entregó el control de la villa al noble caballero, un hombre de honor y lealtad indiscutibles. Con un gesto de su mano, el rey selló el destino de la comunidad, asegurando su protección y prosperidad bajo el liderazgo del noble vasallo.

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